
Siempre hay una buena razón para ir a Londres. Y si eres amante de la música que nos ha aportado desde la década de los 60, la visita está más justificada aún.
Ese país fue cuna de los Beatles, de los Rolling, de los Who, de los Kinks, de los Small Faces, inventó con permiso de Woodstock los festivales al aire libre y en la década de los 90 uno comenzó a meterse en esto de la música y a ir a sus primeros conciertos en el mejor momento de Oasis, Blur, Suede, Pulp, Supergrass, The Chemical Brothers... Sí, soy consciente de cierto halo anglófilo en cuanto al noble arte musical, no lo puedo evitar.

Por ejemplo, al descubrir de forma casual en pleno Soho londinense el Bar Italia que inmortalizaran Pulp en el tema que cierra su inmenso "Different class" como lugar de encuentro de corazones solitarios y últimas oportunidades antes de tirar para casa con las primeras luces del alba.
Un enclave tradicional con camareros de esos de toda la vida y unos deliciosos bocatines capaces de resucitar a un muerto, acompañados de cerveza italiana. Aunque la auténtica joya del local parecen sus premiados y aromáticos cafés. Lástima que esta vez nos quedáramos con las ganas de probarlos, queda pendiente para la próxima visita.
Londres es también ciudad de conciertos, donde se alternan a diario bandas consagradas con nuevos valores. Si la noche anterior a nuestra llegada coincidían directos como los de Stereophonics, Passion Pit o (quién sabe si la futura musa indie) Sophie Madeleine, el mismo viernes ocurría lo mismo con la presencia de nombres como el de Brendan Benson, a quien veríamos por aquí días después.

Ah, por cierto, y si a todo ello le ponemos como colofón la primera actuación de los Sunday Drivers en suelo inglés, la cosa toma tintes memorables. Pero esa ya es otra (gran) historia.
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