Cuando el desastre engrandece
En Nacho Vegas tenemos, sin duda, a uno de nuestros mejores cantautores. Siempre cobijado bajo una capa de amargura, con mensajes a veces bastante duros en sus canciones, lo cierto es que el asturiano consigue tocar la fibra del oyente con sus interpretaciones cargadas de intensidad. Y así, con el alma erizada y a la vez emocionada, fueron desfilando los asistentes al acabar el segundo concierto que ofreció en menos de una semana en la madrileña sala Joy Eslava, con el cartel de “no hay billetes” colgado de nuevo en la taquilla.
El cuarto larga duración de Nacho Vegas consiguió algo que parecía imposible: superar el listón dejado con “Desaparezca aquí”. “El manifiesto desastre” es un disco que roza la matrícula de honor y sin duda se trata de uno de los mejores trabajos de 2008. Canciones como “Dry Martini S.A.” o “Crujidos” se quedan a la primera escucha pero cuando se adentra de lleno en este trabajo consigue que el vello se le ponga de punta con temas como “El tercer día”, “Mondúber” o “Morir o matar”, y esa sensación se multiplica en el directo.
“La plaza de la Soledá”, de aquel “Cajas de música difíciles de parar” fue la encargada de abrir un concierto largo de casi 105 minutos de duración y en el que Nacho no abrió la boca para dirigirse al público hasta pasada la primera hora de actuación, cuando aprovechó para presentar a la banda.
Para ese momento ya se habían vivido momentos épicos del concierto. La segunda canción de la actuación fue “Detener el tiempo”. “Dry Martini S.A.”, que sin duda sería un single clarísimo si no fuera por su duración, fue el primer momento en el que el público se encendió y no dudó en cantar aquello de “Nacho has vuelto hacerlo fatal, lo hiciste muy mal”.
“Que te vaya bien, miss Carrusel”, con el batería tocando el cajón flamenco, daba paso a otra de las canciones más significativas de “El manifiesto desastre”, “Crujidos”. Y tras ella, el primer momento de mayor intensidad de la noche. Nacho Vegas se quedó a solas sobre el escenario con su guitarra acústico y nos hizo estremecer a todos los presentes con la interpretación de “8 y medio” a la que se sumó de manera magistral el resto de la banda en la recta final del tema.
Habrían transcurridos aproximadamente unos 60 minutos y hasta ese momento el gijonés no había abierto la boca salvo para cantar. Agradeció a los asistentes su presencia allí y presentó a la banda.
Recuperó canciones de sus trabajos compartidos con Ronsenvinge y Bunbury, pero sin duda son los temas incluidos en sus discos en solitarios los que se llevan la palma, y tras “Días extraños” volvió a emocionarnos con “El tercer día” y “Perdimos el control”.
Nos acercábamos al final del concierto y volvimos a vivir el otro gran momento en cuanto a intensidad se refiere con “Morir o matar”, una canción que encierra toda una filosofía de vida sobre las relaciones interpersonales. Y para rematar, “El hombre que casi conoció a Michi Panero” cerró una primera parte de un concierto brillante.
Ante la aclamación del público, el asturiano volvió a salir a escena acompañado de su banda. Lo primero fue agradecer a una grupie que se había colado en el backstage un minuto antes la chapa de Leonard Cohen que le acababa de regalar y se despidió rompiéndonos a todos con “”Añada de Ana la friolera” y “Nuevos planes, idénticas estrategias”.
¿Quién se los cree?
El concierto que dio Kaiser Chiefs en el Palacio de Vistalegre fue uno de los mayores esperpentos a los que hemos podido asistir en los últimos tiempos. Desde su álbum de debut, la banda no ha sido capaz de ofrecer un trabajo medianamente digno sino que ha ido siempre en busca del single rompepistas sin acercarse lo más mínimo. Unos discos mediocres con unas canciones que ni ellos se creen, hacen que su directo carezca de cualquier tipo de emoción. Si a todo eso le sumamos la horrorosa acústica del recinto que desemboca en un sonido malísimo, la actuación del concierto de Kaiser Chiefs podemos describirla como más que pobre.
Quizás en un intento de conectar de inmediato con un público español –aunque había un gran número de asistentes británicos- el concierto arrancó con “Spanish metal” y ya nos dejó entrever lo que nos esperaba. Un concierto lleno de clichés, de poses y con un sonido de espanto, el que responde a un recinto con capacidad para unas 15.000 personas, cuando el aforo fue de unas 2.000. En un principio se iba a celebrar en La Riviera, una sala con una capacidad más acorde para este grupo, pero está clausurada desde el pasado mes de diciembre.
Que con el ánimo por los suelos y casi deseando que llegara el final del concierto, nos sorprendimos cuando ya en el segundo tema los británicos interpretaron uno de sus grandes hits de su álbum debut, “Every day I love you less and less”. Esto dejaba claro que el grupo iba a tirar por el camino fácil y que iban a vertebrar el concierto principalmente con los temas de su disco “Employment”, como así fue.
La cosa fue decayendo hasta que tres temas después tocaron el single de su segundo disco, la pegadiza “Ruby”. Tras ella hubo un momento más digno en el concierto y casi parecían remontar el vuelo: “Good days, bad days” fue una canción que dejó un sabor de boca un poco más dulce, pero solo un poco porque lo que realmente destaca de la canción es la parte final, siendo el resto una sucesión de estrofas aburridas. Pero el final y a continuación engancharon con “Na na na na naa” y “Modern way”, lo que hice que se encendieran un poco más los ánimos, especialmente de las adolescentes que vitoreaban al grupo constantemente.
De nuevo vino un pequeño valle en el concierto, sostenido más o menos por “Never miss a beat”, “I predict a riot” o “The angry mob” -tema que cerró la primera parte del concierto- porque las otras canciones nos hacían sestear.
Y para los bises reservaron “Can’t say what I mean” y “Oh, my God”, que fue sin duda, el momento más destacado de la noche.
No sé si alguien se cree todavía la actitud de estos británicos pero desde luego nos dejaron la impresión de tratarse de un grupo que cada vez se viene más a menos.
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